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24 marzo 2011

Canciones para Paula.

Capítulo 1

     Seis de la tarde de un día de marzo.
     Mira de nuevo su reloj y se sopla el flequillo. Vistazo a un lado, a otro. Nada. Ni rastro de la flor roja.

     Dos días antes.
     Él: "LLevaré una rosa roja para que sepas quién soy".
     Ella: "¿Una rosa roja? ¡Qué clásico!".
     Él: "Ya sabes que lo soy".
     Ella: "Yo llevaré una mochila fucsia de las Supernenas".
     Él: "¡Qué infantil eres!".
     Ella: "Ya sabes que lo soy".

     Seis y cuarto de la tarde de un día de marzo.
     "Será capullo. Si al final resulta que estas van a tener razón...".
     Paula mira de nuevo su reloj. Suspira. Se ajusta la falda que se ha comprado expresamente para la cita. También lleva ropa interior nueva, aunque sabe perfectamente que no llegarán tan lejos. Da pequeños golpecitos con el tacón en el suelo. Empieza a estar realmente enfadada.

     Un día antes.
     Ella: "¿Estás seguro de lo que vamos a hacer?".
     Él: "No. Pero tenemos que hacerlo".
     Ella: "Como no aparezcas...".
     Él: "Apareceré".

     Seis y media de la tarde de un día de marzo.
     Paula se resigna. Si al menos le hubiese dado el móvil... Se pone la mano en la frente. Está acalorada y eso que allí hace un frío que pela. No puede creerse que él no se haya presentado. Vuelve a mirar a todas partes en busca de una flor roja.
     Nada.
     -Eres un capullo -dice en alto, pero no lo suficiente como para que alguien la oiga.

     La noche anterior.
     Él: "Te quiero".
     Ella: "TQ".

20 marzo 2011

Galimatazo

Brillaba, brumeando negro, el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían lo borogobios
mientras el momio rantas murgiflaba.

¡Cuídate del Galimatazo, hijo mío!
¡Guárdate de los dientes que trituran
y de las zarpas que desgarran!
¡Cuídate del pájaro Jubo-Jubo y
que no te agarre el frumioso Zamarrajo!

Valiente empuñó el gladio vorpal;
a la hueste manzona acometió sin descanso;
luego, reposóse bajo el árbol del Tántamo
y quedóse sesudo contemplando...

Y así, mientras cavilaba firsuto.
¡¡Hete al Galimatazo, fuego en los ojos,
que surge hedoroso del bosque turgal
y se acerca raudo y borguejeando!!

¡Zis, zas y zas! Una y otra vez
zarandeó tijereteando el gladio vorpal!
Bien muerto dejó al monstruo, y con su testa
¡volvióse triunfante galompando!

¡¿Y haslo muerto?! ¡¿Al Galimatazo?!
¡Ven a mis brazos, mancebo sonrisor!
¡Qué fragarante día! ¡Jujurujúu! ¡Jay, jay!
Carcajeó, anegado de alegría.

Pero brumeaba ya negro el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían los borogobios
mientras el momio rantas necrofaba...
<L.Carrol: A través del espejo.>

03 marzo 2011

Libro. Capítulo 2.

     Maya Fox
    La Elegida

Londres, 28 de octubre de 2008

Entonces, Megan, ¿quieres oír esta historia?
       No, tú nunca me escuchas, adorable Megan.
       No sabes nada de mí.
       No comprendes.
       No puedes comprender por qué me gustaba tanto pasar las tardes solo, aunque realmente nunca estuviese solo.
       Mi madre: ella sí que estuvo sola. Mi padre, si es que alguna vez tuve uno, se marchó poco después de que yo llegara. Sí, lo has entendido bien: tenía pocos meses de vida.
       Buen comienzo, ¿no?
       En lugar de la sonrisa, el llanto. En lugar del abrazo, el abandono.
       Pero ya está bien así.
       Me ha hecho más grande.
       De golpe.
      Gracias, papá.
      Mi madre, decía. Tuvo que apañárselas. Entonces yo no sabía cómo conseguía el dinero. Ahora lo sé. Era una mujer guapa, mi madre. Y todos aquellos hombres que traía a casa, a los que se vendía, le robaron su belleza.
       "Mis novios", me decía.
       Detestaba a aquellos puercos. Para no tener que verlos, me encerraba en la habitación, en mi agujero sin ventana. Con un tragaluz a través del cual veía el cielo.

        Entraba poca luz en el cuarto,por eso tengo que llevar gafas.
        Leía. Mucho.
       Había una pequeña librería cerca de mi instituto. Encima de Camden, en la Shaftesbury Avenue. Ahora, en su lugar hay un megastore, una gran librería para apasionados de la ciencia ficción. Las mejores cosas mueren, inevitablemente.
        En aquella época mi librería vendía libros de segunda mano. Me había hecho amigo del viejecito que la regentaba.
       Los libros explican las vidas, las espían, te hacen entrar en ellas. Es como si cada vez que te sumerges en una página, robases un fragmento de la vida de otro.
        Y yo, por entonces, tenía muy poca historia.
        Y la que tenía no me gustaba.
       Así que empecé a leer,  mejor dicho, a devorar libros. Tenía la esperanza de que algo de lo que leyese se me acabaría contagiando y me regalaría una nueva vida.
        El prójimo me la traía floja. Yo sólo quería las historias de los libros. Ésas eran perfectas. Eran puras. No como las vidas reales, que llevaban en su interior el estigma de la vergüenza.
       Como la mía. 
       El viejo de la librería me había entendido. Él sí. Permanecía allí, acurrucado en un taburete altísimo, con un gato rojizo medio pelado y hecho un ovillo en su regazo. Utilizaba unos pequeños anteojos rosados en forma de media luna.
        Leía a todas horas. Sujetaba los libros de un modo extraño, abierto sobre la palma de una mano, mientras con la otra acariciaba a su gato. Tenía una sonrisa extrañamente feliz. Su librería se caía a trozos, pero él parecía no darse cuenta.
       Tras el gran mostrador de oscura, casi negra madera maciza, tenía los libros más valiosos. Los guardaba "para sus amigos", decía. No para venderlos. "Porque las cosas muy valiosas se cambian, no se venden", me decía.
       
       Yo no leía novelas. Me gustaban las historias de grandes personajes del pasado. Las llaman biografías.
       Esperaba encontrar el secreto en su interior.
       ¿Por qué unos nacen felices y otros desesperados?
       ¿Por qué unos son guapísimos y otros deformes?
       ¿Por qué unos son pobres y otros nacen ricachones?
       ¿Por qué he tenido que arrastrar mi vergüenza desde que vine al mundo?
       ¿Por qué?
       Éste era el tipo de respuestas que andaba buscando.
       El viejo lo sabía, y me ayudaba.
       Por eso, un día me explicó de improviso la historia de un tal Fibonacci.
       Un tipo raro. Un pipsano que vivió en la Edad Media. O al menos eso se supone.
       Y no pongas esa cara. ¿Crees que sólo porque estoy en este agujero apestoso y tú eres la señora profiler, la criminóloga, no tengo ni idea de nada?
       ¡ILUSA!
       Vives en la oscuridad.
       Y si no tienes paciencia y la modestia de escucharme, nunca comprenderás.
       Fibonacci, decía. Era un tipo extraño. Empezó a usar la numeración árabe cuando todos seguían empleando aún el viejo sistema romano.
       Pero no fue eso lo que me impresionó sino la secuencia numérica que había descubierto.
       Una secuencia perfecta, en la que cada número es la suma de los dos que lo preceden.
       1-1-2-3-5-8-13-21-34-55-89-144...
       Lo has entendido, ¿verdad?
       ¿Lo ves? Está claro. 
        Sin embargo, hay un terrible secreto en torno a esta fórmula.
        Porque. en la naturaleza, la secuencia de Fibonacci se manifiesta de mil maneras distintas.
       Y aún hay más.

       Mucho más.
        Pero no sé explicarme muy bien. El Maestro, en cambio, sí. Cuando él lo explica, todo se vuelve claro.
        Resulta luminoso.
       Deberías escucharlo.
       Pero no, no lo mereces.
       En cualquier caso. deberías saber que los números de Fibonacci están conectados entre sí mediante un número extraño llamado phi, también conocido con el nombre de " áureo". Me lo ha explicado el Maestro.
       Phi es igual a 1,61803.
       Pero phi es mucho más que un número. Es la clave.
        Es el símbolo de la armonía del universo.
       Es la divina proporción, la que ha escogido la naturaleza.
       El secreto de su belleza.
       Aquello que se oculta tras la perfecta distribución de los pétalos de una flor, o tras la espiral de una concha.
       Pero tú, doña-todo-lo-controlo, ¿qué sabrás de estas cosas?
       Eres como algunos cirujanos plásticos, que usan las proporción áurea para defini mejor las formas. Pero ésa no es la verdadera belleza. Es una ficción. Esas mujeres no lo entienden. Con la naturaleza no se juega.
       Crees que estoy loco, ¿eh?
       Sé perfectamente lo que estás pensando, maldita presuntuosa.
       Crees que se trata de los delirios obsesivos de un maníaco.
       Es una lástima, señora.
       Te estás equivocando.
       Y no sabes lo caro que va a costarte tu error.
       Yo no estoy loco.      
       
  <Fragmento del libro, Capítulo 6>

01 marzo 2011

Física.

En la vida te encontrarás con problemas que podrán resolverse de diversas formas. Puedes optar por la vía fácil, o bien, rizar el rizo e ir por el camino más complicado, pero al final llegarás a la misma solución. También puede suceder que cada método te dé una solución distinta, pero siempre hay un camino más adecuado. Es entonces cuando el problema inicial pasa a un segundo plano y el auténtico quid de la cuestión es descubrir cuál de las dos formas es la más idónea. O, mejor dicho, la correcta, lo que descarta toda posibilidad de comparación entre mejor o peor, reduciendo así tus opciones a una sola.
<Del tablón de Marie>