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06 julio 2011

El medallón.

(Esta historia surgió en Tuenti, que comenzó con una frase y cada uno escribía una pequeña frase para continuarla.)


Érase una vez...
un tío con un medallón...
que le pesaba tanto tanto... 
que andaba con el cuello agachado sin mirar nunca de frente...
y un día se chocó con una mujer...
que no tenía ropa y al no mirar nunca de frente...
se asustó... pero el medallón da la casualidad de que le dio el poder de... 
esquivar la gente que viene de frente pero le hacia...
que la cabeza le pesara más y...
y aquella mujer con la que se chocó quedó paralítica...
pero el medallón al tener el poder...
de esquivar a la gente hacía que se sintiera siempre solo...
y se compró un amigo en la feria...
pero el amigo lo abandonó porque siempre le estaba esquivando...
y se volvió loco...
entonces entró en depresión al estar solo...
y se compró un mono...
y entonces se compró una muñeca hinchable...
y se enamoró de la chica paralítica...
pero entonces un brujo malvado...!!...
y hacía cosas raras con el mono y la muñeca hasta que...
el tío muere...
el jeque resultó ser el del Málaga...
y al tercer día resucitó...
y volvió a morir...
y se fue de cañas con Cristo y con...
y su hijo comenzó la venganza...
Harry Potter... y se compraron el Empire State borrachos...
pero como el jeque tenía dinero lo resucitó de nuevo...
y se quedó sin cuello...
y perdió el medallón...
pero al final todo resultó ser un sueño y cuando despertó estaba muerto porque se había ahogado sin querer con el medallón...
y hubo una bomba nuclear que arrasó el mundo destruyendo todo a su paso...
menos a las cucarachas!...
y resulta que el medallón era una moneda de dos euros... pero al ser un sueño se agrandó...
y cuando la explosión, las cucarachas mutaron y recogieron la moneda convirtiéndola en su símbolo sagrado...
de tal forma que el mundo se convirtió en el planeta de las cucarachas...
pero aún quedaba la pana...
y casualmente es lo que tenía puesto la mujer paralítica...
las cucarachas se hicieron ropas de pana, camisetas de pana, coches de pana, pero no pensaron en el verano y su calor...
ni en el invierno y sus lluvias...
y la pana se cuarteó y no se podían mover muriendo de hambre...
pero llegó el hombre pana...
con la mujer paralítica...
que se casaron y repoblaron la Tierra de panapersonas.

Historia comenzada por Jesús y seguida por Nieves, Nachiyo, Agustín, Cosme, Javi, Francis y Antoñiko.

17 mayo 2011

El curioso incidente del perro a media noche.

"El mundo está lleno de cosas obvias de las que nadie se da cuenta nunca ni de casualidad."

13 mayo 2011

Popurrí

"Cuando Eva mordió la fruta prohibida dijo -¡Verde que te quiero verde!-. Elemental... mi querido Watson, un plato rico y con fundamento, como las uvas de la ira. Y bien cierto es, que como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, pongo a Dios por testigo que nunca más volveré a pasar hambre. Y juntos fueron felices y comieron perdices".

24 marzo 2011

Canciones para Paula.

Capítulo 1

     Seis de la tarde de un día de marzo.
     Mira de nuevo su reloj y se sopla el flequillo. Vistazo a un lado, a otro. Nada. Ni rastro de la flor roja.

     Dos días antes.
     Él: "LLevaré una rosa roja para que sepas quién soy".
     Ella: "¿Una rosa roja? ¡Qué clásico!".
     Él: "Ya sabes que lo soy".
     Ella: "Yo llevaré una mochila fucsia de las Supernenas".
     Él: "¡Qué infantil eres!".
     Ella: "Ya sabes que lo soy".

     Seis y cuarto de la tarde de un día de marzo.
     "Será capullo. Si al final resulta que estas van a tener razón...".
     Paula mira de nuevo su reloj. Suspira. Se ajusta la falda que se ha comprado expresamente para la cita. También lleva ropa interior nueva, aunque sabe perfectamente que no llegarán tan lejos. Da pequeños golpecitos con el tacón en el suelo. Empieza a estar realmente enfadada.

     Un día antes.
     Ella: "¿Estás seguro de lo que vamos a hacer?".
     Él: "No. Pero tenemos que hacerlo".
     Ella: "Como no aparezcas...".
     Él: "Apareceré".

     Seis y media de la tarde de un día de marzo.
     Paula se resigna. Si al menos le hubiese dado el móvil... Se pone la mano en la frente. Está acalorada y eso que allí hace un frío que pela. No puede creerse que él no se haya presentado. Vuelve a mirar a todas partes en busca de una flor roja.
     Nada.
     -Eres un capullo -dice en alto, pero no lo suficiente como para que alguien la oiga.

     La noche anterior.
     Él: "Te quiero".
     Ella: "TQ".

20 marzo 2011

Galimatazo

Brillaba, brumeando negro, el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían lo borogobios
mientras el momio rantas murgiflaba.

¡Cuídate del Galimatazo, hijo mío!
¡Guárdate de los dientes que trituran
y de las zarpas que desgarran!
¡Cuídate del pájaro Jubo-Jubo y
que no te agarre el frumioso Zamarrajo!

Valiente empuñó el gladio vorpal;
a la hueste manzona acometió sin descanso;
luego, reposóse bajo el árbol del Tántamo
y quedóse sesudo contemplando...

Y así, mientras cavilaba firsuto.
¡¡Hete al Galimatazo, fuego en los ojos,
que surge hedoroso del bosque turgal
y se acerca raudo y borguejeando!!

¡Zis, zas y zas! Una y otra vez
zarandeó tijereteando el gladio vorpal!
Bien muerto dejó al monstruo, y con su testa
¡volvióse triunfante galompando!

¡¿Y haslo muerto?! ¡¿Al Galimatazo?!
¡Ven a mis brazos, mancebo sonrisor!
¡Qué fragarante día! ¡Jujurujúu! ¡Jay, jay!
Carcajeó, anegado de alegría.

Pero brumeaba ya negro el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían los borogobios
mientras el momio rantas necrofaba...
<L.Carrol: A través del espejo.>

03 marzo 2011

Libro. Capítulo 2.

     Maya Fox
    La Elegida

Londres, 28 de octubre de 2008

Entonces, Megan, ¿quieres oír esta historia?
       No, tú nunca me escuchas, adorable Megan.
       No sabes nada de mí.
       No comprendes.
       No puedes comprender por qué me gustaba tanto pasar las tardes solo, aunque realmente nunca estuviese solo.
       Mi madre: ella sí que estuvo sola. Mi padre, si es que alguna vez tuve uno, se marchó poco después de que yo llegara. Sí, lo has entendido bien: tenía pocos meses de vida.
       Buen comienzo, ¿no?
       En lugar de la sonrisa, el llanto. En lugar del abrazo, el abandono.
       Pero ya está bien así.
       Me ha hecho más grande.
       De golpe.
      Gracias, papá.
      Mi madre, decía. Tuvo que apañárselas. Entonces yo no sabía cómo conseguía el dinero. Ahora lo sé. Era una mujer guapa, mi madre. Y todos aquellos hombres que traía a casa, a los que se vendía, le robaron su belleza.
       "Mis novios", me decía.
       Detestaba a aquellos puercos. Para no tener que verlos, me encerraba en la habitación, en mi agujero sin ventana. Con un tragaluz a través del cual veía el cielo.

        Entraba poca luz en el cuarto,por eso tengo que llevar gafas.
        Leía. Mucho.
       Había una pequeña librería cerca de mi instituto. Encima de Camden, en la Shaftesbury Avenue. Ahora, en su lugar hay un megastore, una gran librería para apasionados de la ciencia ficción. Las mejores cosas mueren, inevitablemente.
        En aquella época mi librería vendía libros de segunda mano. Me había hecho amigo del viejecito que la regentaba.
       Los libros explican las vidas, las espían, te hacen entrar en ellas. Es como si cada vez que te sumerges en una página, robases un fragmento de la vida de otro.
        Y yo, por entonces, tenía muy poca historia.
        Y la que tenía no me gustaba.
       Así que empecé a leer,  mejor dicho, a devorar libros. Tenía la esperanza de que algo de lo que leyese se me acabaría contagiando y me regalaría una nueva vida.
        El prójimo me la traía floja. Yo sólo quería las historias de los libros. Ésas eran perfectas. Eran puras. No como las vidas reales, que llevaban en su interior el estigma de la vergüenza.
       Como la mía. 
       El viejo de la librería me había entendido. Él sí. Permanecía allí, acurrucado en un taburete altísimo, con un gato rojizo medio pelado y hecho un ovillo en su regazo. Utilizaba unos pequeños anteojos rosados en forma de media luna.
        Leía a todas horas. Sujetaba los libros de un modo extraño, abierto sobre la palma de una mano, mientras con la otra acariciaba a su gato. Tenía una sonrisa extrañamente feliz. Su librería se caía a trozos, pero él parecía no darse cuenta.
       Tras el gran mostrador de oscura, casi negra madera maciza, tenía los libros más valiosos. Los guardaba "para sus amigos", decía. No para venderlos. "Porque las cosas muy valiosas se cambian, no se venden", me decía.
       
       Yo no leía novelas. Me gustaban las historias de grandes personajes del pasado. Las llaman biografías.
       Esperaba encontrar el secreto en su interior.
       ¿Por qué unos nacen felices y otros desesperados?
       ¿Por qué unos son guapísimos y otros deformes?
       ¿Por qué unos son pobres y otros nacen ricachones?
       ¿Por qué he tenido que arrastrar mi vergüenza desde que vine al mundo?
       ¿Por qué?
       Éste era el tipo de respuestas que andaba buscando.
       El viejo lo sabía, y me ayudaba.
       Por eso, un día me explicó de improviso la historia de un tal Fibonacci.
       Un tipo raro. Un pipsano que vivió en la Edad Media. O al menos eso se supone.
       Y no pongas esa cara. ¿Crees que sólo porque estoy en este agujero apestoso y tú eres la señora profiler, la criminóloga, no tengo ni idea de nada?
       ¡ILUSA!
       Vives en la oscuridad.
       Y si no tienes paciencia y la modestia de escucharme, nunca comprenderás.
       Fibonacci, decía. Era un tipo extraño. Empezó a usar la numeración árabe cuando todos seguían empleando aún el viejo sistema romano.
       Pero no fue eso lo que me impresionó sino la secuencia numérica que había descubierto.
       Una secuencia perfecta, en la que cada número es la suma de los dos que lo preceden.
       1-1-2-3-5-8-13-21-34-55-89-144...
       Lo has entendido, ¿verdad?
       ¿Lo ves? Está claro. 
        Sin embargo, hay un terrible secreto en torno a esta fórmula.
        Porque. en la naturaleza, la secuencia de Fibonacci se manifiesta de mil maneras distintas.
       Y aún hay más.

       Mucho más.
        Pero no sé explicarme muy bien. El Maestro, en cambio, sí. Cuando él lo explica, todo se vuelve claro.
        Resulta luminoso.
       Deberías escucharlo.
       Pero no, no lo mereces.
       En cualquier caso. deberías saber que los números de Fibonacci están conectados entre sí mediante un número extraño llamado phi, también conocido con el nombre de " áureo". Me lo ha explicado el Maestro.
       Phi es igual a 1,61803.
       Pero phi es mucho más que un número. Es la clave.
        Es el símbolo de la armonía del universo.
       Es la divina proporción, la que ha escogido la naturaleza.
       El secreto de su belleza.
       Aquello que se oculta tras la perfecta distribución de los pétalos de una flor, o tras la espiral de una concha.
       Pero tú, doña-todo-lo-controlo, ¿qué sabrás de estas cosas?
       Eres como algunos cirujanos plásticos, que usan las proporción áurea para defini mejor las formas. Pero ésa no es la verdadera belleza. Es una ficción. Esas mujeres no lo entienden. Con la naturaleza no se juega.
       Crees que estoy loco, ¿eh?
       Sé perfectamente lo que estás pensando, maldita presuntuosa.
       Crees que se trata de los delirios obsesivos de un maníaco.
       Es una lástima, señora.
       Te estás equivocando.
       Y no sabes lo caro que va a costarte tu error.
       Yo no estoy loco.      
       
  <Fragmento del libro, Capítulo 6>

01 marzo 2011

Física.

En la vida te encontrarás con problemas que podrán resolverse de diversas formas. Puedes optar por la vía fácil, o bien, rizar el rizo e ir por el camino más complicado, pero al final llegarás a la misma solución. También puede suceder que cada método te dé una solución distinta, pero siempre hay un camino más adecuado. Es entonces cuando el problema inicial pasa a un segundo plano y el auténtico quid de la cuestión es descubrir cuál de las dos formas es la más idónea. O, mejor dicho, la correcta, lo que descarta toda posibilidad de comparación entre mejor o peor, reduciendo así tus opciones a una sola.
<Del tablón de Marie>

21 febrero 2011

La vuelta al día en ochenta mundos.

Recaer.

Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz de la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente, a nada o a nadie se le ocurriría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablemos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada.
Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación: en lo más recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en sí a un rehabilitante pero el problema, para nosotros, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero la compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos? ¿Cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe dónde se está. Probablemente Ícaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el mar epónimo, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, ¿cómo nos rehabilitaremos?
<Julio Cortázar>

13 febrero 2011

Las tribulaciones del estudiante Törless.

- Dime, ¿entendiste bien todo esto?
- ¿Qué?
- Ese asunto de los números imaginarios.
- Sí, no es tan difícil. Lo único que hay que tener presente es que la raíz cuadrada de menos uno es la unidad de cálculo.
- De eso precisamente se trata. Tal cosa no existe. Todo número, ya sea positivo, ya sea negativo, da como resultado, si se lo eleva al cuadrado, algo positivo. Por eso no puede haber ningún número real que sea la raíz cuadrada de algo positivo.
- Completamente cierto. Pero, ¿por qué, de todos modos, no habría de intentarse aplicar también a un número negativo la operación de la raíz cuadrada? Desde luego que el resultado no puede tener ningún valor real; por eso el resultado se llama imaginario. Es como cuando uno dice: aquí, antes, siempre se sentaba alguien; pongámosle hoy entonces también una silla. Y aun cuando la persona haya muerto, obramos como si todavía pudiera acudir a nosotros.
-Pero, ¿cómo puede hacerse tal cosa, cuando se sabe, con toda precisión matemática, que es imposible?
-A pesar de ello se hace precisamente como si fuera posible. Quizás pueda obtenerse algún resultado. ¿Y qué otra cosa ocurre, a fin de cuentas, con los números irracionales? Una división que nunca termina, una fracción cuyo valor nunca puedes agotar, aun cuando te pases la vida haciendo la operación. Y, ¿qué piensas de las paralelas, que se cortan en el infinito? Creo que no habría matemáticas si pretendiéramos saberlo todo a conciencia y exactamente.
-En eso tienes razón. Cuando uno considera las cosas así. todo parece bastante correcto; pero lo curioso está precisamente en que se puedan hacer cálculos reales y se pueda llegar por fin a un resultado comprensible con semejantes valores imaginarios, que de alguna manera son imposibles. [...]
-Considero muy posible que aquí los inventores de las matemáticas hayan dado un traspiés. Porque, en efecto, ¿por qué aquello que está más allá de nuestro entendimiento no podría permitirse gastarle precisamente semejante broma al entendimiento? Pero la cuestión no me preocupa mucho, pues sé que todas estas cosas no conducen a nada.

25 enero 2011

Libro. Capítulo 1.

     Maya Fox
    La Elegida

Londres, 27 de octubre de 2008

Joder.
       Joder, Megan.
       Estoy mal.
       Mal, ¿comprendes?
        Aquí dentro hace un calor asqueroso. Aunque me hayan cambiado de celda. Ahora ya no tengo que compartir esta mierda de rincón con esos cerdos violadores y psicóticos empedernidos con los que querían juntarme. Pero sigo estando mal igualmente, ¿lo entiendes?
       Joder, Megan.
       Tengo un montón de cosas que hacer ahí fuera.
       Y los animales que dirigen este antro incluso me tienen a oscuras.
       ¿Por qué, Megan?
       ¿Te he asustado, valiente Megan?
       ¿A qué viene esa manía de atraparme a toda costa?
       Fue un accidente.
       Tu marido no tenía que estar allí en ese momento.
       No fue culpa mía.
       Pero eres testaruda, dulce Megan.
       Demasiado.
       Y no eres nada inteligente.

       Si el muy obseso de Dave no hubiera puesto todas aquellas cámaras en su estudio nunca me habrías pillado.
       Estúpida, presuntuosa Megan.
       La que nunca da su brazo a torcer.
       La que está convencida de que siempre es la mejor.
       Pero esta vez la has cagado, deliciosa Megan.
       No deberías haberlo hecho.
       No deberías haberme perseguido. Has tardado tres años en pillarme; son demadiados.
       No tenías que haberme pillado.
       Ahora, peor para tí. No tienes ni la más mínima idea de lo que has desencadenado.
       Hay cosas, inconsciente Megan, de las que es mejor mantenerse alejada.
       Pero tú lo sabes todo. Eres tan perfecta que no sirve de nada que yo intente ayudarte. Y protegerte.
       Ahora ya estás pringada hasta el cuello.
       No hay marcha atrás.
       Porque yo estoy predestinado.
       Yo, Michael Gacy.
       Tú no crees una mierda de lo que te digo. Lo sé. Te he observado mientras tomabas notas, sentada detrás de la mujer policía que me interrogaba. "Psicótico, presenta una grave esquizofrenia paranoide con episodios delirantes muy estructurados y momentos de grave pérdida del control, durante los cuales pasa a la acción. Se le ha detectado una reducción de los nexos asociativos, severa falta de afectividad, autismo, ambivalencia", has dicho finalmente.
       Pero ¿quién coño te crees que eres?
       Ten muy presente que yo, dulce Megan, no tengo nada de autista.
       Ten presente que yo sé amar, hermosa Megan.
       A mi manera, es verdad.
       Sé cómo hacerlo.
       Él me ha elegido.
       A mí, el único entre todos.
       A mí, que no tenía historia hasta que él me iluminó. Que no tenía vínculos, ni sueños.
       Ahora tengo una misión. La más importante de todas.
       Pero debo empezar por el pincipio. Si no, no comprenderás.


  <Fragmento del libro, Capítulo 2>